El viento arrastra las flores de las cañas que se quedan flotando, construyendo una atmosfera encantada gracias a los brillos ambarinos de un sol débil. El crudo invierno campea congelando irreversiblemente jardines y huertos, sin olores, casi sin colores, el frío señorea, arrinconándonos a la lumbre y los placeres caseros. La naturaleza sigue su curso ajena al nihilismo que empalaga nuestra vida social y política.
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