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domingo, 18 de marzo de 2012

Veranos más tarde

En otro tiempo siento el latido de una actividad vertiginosa, endulzada de nuevas sensaciones y deleites por descubrir. Estoy siendo, no tengo tiempo de pensarme. Confío en las largas reflexiones de la dilatada niñez. Ahora no hay opción, hay que vivir. No se puede perder ni una sola gota del elixir, soy plenamente consciente de su fugacidad. Me entrego en los brazos de un existencialismo nietzscheano, no dejo que nada ni nadie me detenga. Abrazo a Dionisio dispuesta a beber sorbo a sorbo todos los envites de la vida. Estoy segura que será interesante, que el vacío anodino que percibo es consecuencia de la ignorancia antiestética que me rodea. ¿Cómo va a existir ahí la metafísica del artista?.

El estio

Tengo imágenes que no se si son verdad o las he ido inventando poco a poco. Yo, de niña, soñándome. Imaginando mi casa, con sus árboles, sus flores, su romanticismo sencillo. Soñaba como vivía y escribía historias mas allá de lo que me atrevía ni a fabular. Leía, porque necesitaba geografías, personajes, tramas, misterios… Allí en un universo medido en metros cuadrados, se convocaban sortilegios, sabios, ritos y mitos. Tras la puerta el runrún da la televisión y el cacharreo de la cocina. Oía el zumbar de las moscas de Machado y el canto asfixiante del marqués de Bradomin. Entonces el tiempo era pringoso, lento, pegajosamente calido en los eternos veranos. Yo, seguía soñando con palmeras y perfúmenes de jazmín y madreselva. Esninfaba en el ramito que llenaba de sensualidad la noche. Con la fresca cerraba a cal y canto, y a dormir. Mientras el sol achicharraba hasta el asfalto. Y así, día tras día esperaba el otoño.